Payasos de hospital: remediar la angustia

Payasos de hospital: remediar la angustia

Yael Ferreira y Carol Milkewitz

Un hombre sonriente cruza Garibaldi, con sus converse rojos y una camisa a cuadros. Lleva una guitarra colgando en la espalda. Una mujer se baja del ómnibus. Sus guillerminas dejan ver medias celestes, brillantes.

Entran a un edificio y atraviesan un pasillo repleto de gente que mira la nada, aburrida, esperando.

En el segundo piso, los reciben las enfermeras, con túnicas llenas de dibujos, en el hall de Pediatría.

Se ponen sus narices rojas. Se abotonan las túnicas blancas y cargan al hombro un bolso con juguetes y cotillón. Los payasos de hospital se limpian las manos con alcohol en gel. Comienza la rutina.

«No es un show ni un espectáculo. Es acompañar», sentencia Mariam Ghougassian. La educadora inicial trabaja hace tres años como payasa hospitalaria. Sin embargo, advierte que no alcanza con tener un entrenamiento de clown: «Muchas veces, toda esa técnica que tenés, de talleres y cursos, no te sirve de nada. Quienes están internados, en algunos casos, sólo quieren conversar».

Ghougassian abre su bolso. Saca unos lentes de sol, un termómetro de cotillón, un sombrero, varios títeres y pulseras. «El grado de improvisación es de casi un 95%. Tenés que estar muy abierto a lo que ves que necesita el otro», agrega.

 

El caso de SaludArte

En 1999 comenzó «Jarabe de Risas»: un programa de payasos hospitalarios que se dirige a pacientes, acompañantes y personal de salud, que también involucra arte y humor hospitalario. Se nutren de diversas técnicas artísticas: magia, plástica, narración oral, clown, títeres, música, teatro, juego. Se prioriza la improvisación, espontaneidad y participación.

Comenzaron en el Pereira Rossell, luego participaron en el Maciel, el Hospital de Clínicas y Casa de Galicia. En un principio, según la psicóloga y directora de SaludArte Rasia Friedler, las instituciones estaban muy cerradas. Hasta que hicieron una intervención en el Casmu y los volvieron a llamar. Hace más de tres años trabajan allí, dos horas cada semana, en la sala de internación y urgencia pediátrica, de forma remunerada. Esto constituye un hecho pionero en el país.

Para ella, debería haber, “al menos un artista hospitalario en cada equipo de salud». En referencia a los grupos de payasos hospitalarios que están surgiendo, se mostró positiva: «Ojalá que en todos los hospitales del país y del mundo haya payasos hospitalarios porque es algo sanador y transformador».

 

Aprendiendo a ser clown hospitalario

A las nueve de la mañana de un sábado de noviembre, y a pocos metros del Ombú de Bulevar España, se agrupan desconocidos de remeras holgadas, calzas estampadas y tatuajes: árboles con muchas raíces, frases inspiradoras y símbolos de paz.

Están a la espera, y sólo dejan de estarlo cuando los llaman del segundo piso. Suben las escaleras. Casi no se miran, casi no se tocan, todo contacto se reduce al mínimo, como suele pasar entre desconocidos.

En la planta superior del Espacio Pliegues, les dan la bienvenida Federico Leone y Mariam Ghougassian, vestidos con túnicas blancas y narices rojas. Piden que, por favor, se arme un círculo para dar lugar al taller de formación para payasos terapéuticos.

«Tengo en mis manos una bola de energía. Cada uno le puede poner el color que quiera. La mía es verde. Cuando yo tengo la bola, voy a decir mi nombre», les dice la payasa Ghougassian a los 25 participantes que son, en su mayoría, mujeres. «Acá no hay ningún personaje. No hay que actuar, ni hablar de determinada forma. Es encontrarse consigo mismo y el clown nace orgánicamente», agrega Leone.

Los participantes se descalzan. Al principio se los ve incómodos. Cuando se ponen la nariz, se da la transformación. Hacen caras graciosas en el espejo. Se abrazan. Y, sobre todo, juegan.

Un día con los payasos hospitalarios

La primera parada es en la habitación 201. Lucía, una niña de 9 años, está acostada. «Me enteré que están tomando la temperatura mal», dice la payasa mientras saca un termómetro de 30 centímetros, de cotillón. A pesar de la energía avasalladora de la doctora Margarita -Mariam Ghougassian-, la niña apenas sonríe.
Lucía no contesta. Primero, los mira fijamente con desconfianza. Luego, desvía la mirada. Su madre, sentada al lado, sonríe y disfruta esos minutos. Al mismo tiempo, otro artista musicaliza la escena. Se trata de Damián Luzardo -integrante de la murga La Trasnochada-.

«Siempre le buscamos la vuelta para entrarle por distintos lados. La mayoría de las veces reaccionan favorablemente. Tratamos de robar alguna sonrisa. Lo más ínfimo que puedas lograr, siempre es importante, hasta el mínimo detalle favorable», reflexiona luego de la visita a la niña.

Igualmente, respecto a la receptividad de los padres, dijo que la mayor parte es «buena» porque «entienden que querés favorecer la recuperación de los chiquilines». Para él, a pesar de que algunos se prenden y otros no, siempre hay un clima de respeto por el trabajo que realizan.

El recorrido recién empieza. En general, suelen visitar cada habitación de a dos o de a tres. El tiempo varía, pero están cerca de 10 minutos en cada una. Las recorren todas. Ese jueves estuvieron una hora, en cerca de diez.

Los payasos se trasladan a la habitación de Lucas. Si bien cada cuarto está destinado a dos personas, en todos solo hay un niño. Toda la familia es partícipe de la visita. Se ríen a carcajadas. La hermana pequeña se sienta a upa de la payasa, mientras conversan.

«Podemos hablar de las humedales de Santiago Vázquez, de la continuidad de Munúa y Bengoechea, la situación de recolección de residuos o novias», dice la payasa, y -ante esta última palabra- se tapa la boca, con vergüenza. A Lucas le causa mucha gracia la palabra «novias», así que hablan de eso. De la escuela también. Y de la vida, del tiempo, de fútbol. Cantan y bailan. De lo que no se habla, es de dolores y enfermedades.

Ghougassian (Dra. Margarita) rechaza la palabra «pacientes». Cree que define a la persona por la enfermedad. «Y la enfermedad jamás puede definir a la persona, porque cada uno es un ser complejo, total e integral», manifiesta. Y agrega: «Entonces, un paciente oncológico no está definido por su cáncer. Es Mateo, que tiene 9 años, que le gustan las palomas y que, además, está pasando por un período de enfermedad y tiene cáncer», explica Ghougassian.

La puerta del 205 está cerrada. La tocan, al ritmo de «tapa, tapita, tapón».

Abre la puerta Mariela, madre de una bebé, Isabella, casi dormida. Acuerdan pasar a cantar una canción: «El príncipe azul».

La madre sonríe, emocionada, y canta con ellos.

«Los niños están pasando momentos difíciles y esto está buenísimo, les da un respiro. Es diferente a la túnica blanca», manifiesta Mariela. A pesar de que fue la primera vez que presenció una intervención, indica que la experiencia con los payasos le pareció «muy buena» y que «deberían hacerlo en todas partes», en hospitales de adultos también.

En un costado, tímida, está Karin de Tenyi, la nueva voluntaria de SaludArte, que también concurrió al taller de clown hospitalario. Mientras lee el Código de Ética del programa «Jarabe de Risas», la payasa le explica que es fundamental realizar la higiene de manos. Salir de una habitación y pasarse alcohol en gel, para evitar el contagio de enfermedades. También pedir permiso antes de entrar.

De chica le tenía pánico a los payasos, pero asegura que, actualmente, la idea de los payasos hospitalarios «le parece espectacular». Cuenta que tuvo dos hijos internados en CTI, y que dicha experiencia «te mueve»: «Me parece que el humor es una herramienta fabulosa. Si lo sumás a la salud, ni que hablar. Lo aplico hasta en los momentos más dramáticos. Es liberador».

«Para el niño y para la familia, es una situación horrible. Se vive con mucha angustia, por la incertidumbre de no saber qué va a pasar y por estar encerrado todo el día en un hospital. El tiempo no pasa, te agotás física y mentalmente. Este ratito, por más de que sean 5 o 10 minutos, te saca de la realidad. Y eso no tiene precio», explica.

Gabriela Cancela -doctora en pediatría del Casmu- explica los beneficios de los payasos medicinales y la labor de SaludArte:


Payasos medicinales

En Uruguay también hay otro grupo de payasos de hospital: los Payasos Medicinales. Según Agustina Pezzani -clown y fundadora de dicha organización- se trata de un grupo artístico de 13 actores y clowns, que trabajan en centros de salud. El objetivo, cuenta, es proponer un momento de juego e improvisación.

Desde 2010 trabajan en el Hospital de Clínicas, con pacientes adultos. Concurren tres veces por semana. Por día, recorren uno o dos pisos. «El tiempo de la intervención varía» -explica Pezzani- «va desde los 20 segundos, cuando una persona está muy cansada o está dormida, hasta los 15 o 20 minutos, cuando se generan intervenciones colectivas». Intervienen entre 30 y 80 personas por día, durante tres horas, y trabajan en duplas o tríos.

 

Su rutina consta de diversos pasos. Primero, se hacen un maquillaje muy sencillo -se diferencian de SaludArte, ya que ellos no se maquillan-. Luego, una hora la destinan a hacer ejercicios «para entrar en el estado». En las dos horas siguientes, hacen la intervención.

Después de finalizada la intervención, vuelven al cuarto. Allí se cambian y realizan un cierre. Tienen un cuaderno, en el que escriben qué sintieron, las anécdotas del día, qué quieren cambiar. El objetivo es registrarlo, para que sea una práctica de crecimiento, y hacer un cierre a nivel personal.

 Un poco de historia…

Línea de tiempo.

Relación con la medicina

Para Pezzani, con la medicación y el proceso médico, a veces, queda en pausa la identidad de la persona.  Su trabajo ayuda a que no sea solo un número de cama.

Señaló que los médicos son el sector que más barreras tiene, debido a que «hay una cuestión muy jerárquica en relación a la medicina» y que «el médico se asocia con el poder, con el que sabe». «Hay muchas cabezas en formol, en nuestra sociedad, que les cuesta comprender que lo nuestro es un complemento», expresa.

Federico Leone es payaso hospitalario y, a su vez, enfermero. Confiesa que muchas veces se juzga al personal de la salud por tener una atención «deshumanizada». «Se refieren a los pacientes como la apendicitis de la cama 8, la crisis asmática de cama 7, la diarrea de cama 9». Sin embargo, lo entiende: «es una coraza, que nos ayuda. Nosotros, que formamos parte del equipo del Casmu, como payasos, vamos una vez a la semana, un rato».

En la Facultad de Medicina de Uruguay no se dictan cursos relacionados ni al clown hospitalario ni a los beneficios de la risa para la salud. Lo más parecido, son las materias «habilidades comunicacionales», «salud mental» y «psicología médica», que se enfocan en la empatía, el acercamiento al paciente y cómo tratarlo. Eso fue lo que indicaron Ilana Goldman y Sharon Leinweber, dos estudiantes avanzadas de medicina.

Asimismo, dijeron que no consideran importante recibir información de este tipo en la carrera. «No me va a hacer salvar más o menos vidas. Se puede lograr una buena relación médico- paciente, aún en pediatría, sin la necesidad de ponernos en ridículo», afirmó Leinweber.

«No vas a ser mejor o peor médico por saber de eso, capaz podría ser una electiva. Todo conocimiento ayuda, pero no pienso que agregarlo a la carrera sea muy importante», agregó Goldman, quien -además de estudiante de medicina- es actriz de improvisación.

Cantidad de risas

«Algo tan cualitativo como la cantidad de risas generadas por un niño, durante su período de internación, o la capacidad de relajarse, de un padre con su niño oncológico, ¿cómo se mide?», se pregunta Ghougassian.

Sin embargo, un sociólogo pudo hacerlo. Germán Büsch realizó un estudio de medición del impacto del programa «Jarabe de Risas», del Casmu y SaludArte, en 2012.

El 95% de los acompañantes manifestó notar una influencia positiva. El restante 5% no percibió cambios. Asimismo, el informe establece que un 98,6% de los casos prefieren que Jarabe de Risas continúe siendo parte de los servicios de Casmu.

Respecto a la incidencia de las intervenciones, Busch llegó a la conclusión de que, según los acompañantes de la internación pediátrica del Casmu, «el equipo de artistas hospitalarios mejora las condiciones de la estadía de los pacientes en el sanatorio, y esto repercute directamente en su salud».

«Todos los encuestados entendieron apropiado este tipo de intervenciones en los hospitales y sanatorios. Cuando eran incitados a decir por qué, el motivo más mencionado era «porque distrae por un rato» (92 %). Un número importante de casos (65,5 %) mencionaron una relación entre el humor y la recuperación y un 51,7 % indicaron que las intervenciones de Jarabe de Risas facilitaban la convivencia en el piso de internación», agrega.

Respecto a la metodología, en un período de 14 semanas, fueron realizadas 100 encuestas, en el piso de internación pediátrica del Casmu n°1. Las mismas fueron hechas una hora después de la intervención de SaludArte.

 

La región

En Buenos Aires se aprobó una ley que establece la obligación de contar con payasos terapéuticos en los hospitales pediátricos.

Gustavo Macías -médico endocrinólogo y payamédico argentino- piensa que dicha ley es un reconocimiento a su labor y habilita el encuentro del payaso con el otro, ahora enmarcado legalmente.

Desde Payamédicos Córdoba explicaron que la repercusión de la sociedad argentina «siempre ha sido muy buena. Si bien hay gente que todavía no entiende nuestra actividad, cada vez es más la aceptación». Además, dijeron que, en los hospitales, el personal los recibe siempre «muy bien».

Además, en el caso argentino, para ser payaso de hospital realizan una formación de dos talleres. Por un lado, uno práctico, donde aprenden la técnica teatral. Consta de 12 encuentros, que se realizan una vez a la semana durante 2 horas. Por el otro, uno teórico. Allí les enseñan sobre la «payamedicina». Se dicta de forma intensiva, durante un fin de semana, y está a cargo del fundador de Payamédicos: José Pellucchi -médico psiquiatra, especialista en terapia intensiva-. Además, requieren hacer una «payaresidencia»: una instancia de intervención, donde se concurre al hospital, y se trabaja con un payamédico de más experiencia.

Payamédicos es una organización que busca contribuir a la salud emocional del paciente hospitalario. Se inició en 2003, por el doctor José Pellucchi. Si bien el número de payamédicos varía, han llegado a contabilizar 4000 en Argentina y Chile. Además, detalla que allí las intervenciones son semanales y sin remuneración. El número de pacientes visitados es muy variable, han visto hasta 10 por semana, y el tiempo de la intervención varía de segundos a minutos.

 

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Los payasos de hospital terminan su jornada. Cuelgan sus túnicas y sus narices, listos para el próximo encuentro…

 

Obligatorio II – Taller de periodismo 4 – Universidad ORT Uruguay 2015